En los últimos tiempos ha habido una vez más, cierto revisionismo en el Estado español sobre el tema del Imperio de la monarquía hispánica, donde se ensalzaba la "misión" imperial y sus devenires en época moderna. La mayoría de sus autores NO eran historiadores.
En 2016 hubo una controversia, digamos, histórica, en torno a la llamada leyenda negra. Por un lado, María Elvira Roca Barea, doctora en Literatura Medieval, publicaba su superventas Imperiofobia. En él argumenta que muchos tópicos sobre la supuesta crueldad, atraso o intolerancia española son exageraciones o manipulaciones propagandísticas que han perdurado hasta nuestros días.
Por otro lado, el catedrático de Filosofía José Luis Villacañas, en su libro Imperiofilia, sostiene que la idealización del Imperio español funciona como un relato político identitario que evita un análisis histórico riguroso. Según Villacañas, ese discurso sirve para justificar posiciones nacionalistas y populistas, simplificando el pasado y ocultando conflictos, fracasos y responsabilidades históricas. De paso, le metía un repaso antológico a Roca Barea.
No pasó mucho tiempo hasta que la derecha y la extrema derecha cerraron filas en torno a ésta. Fundadores del grupo DENAES, vinculado a VOX, como el profesor de Filosofía Pedro Insua, salieron en su defensa. Multitud de pódcasts de extrema derecha difundieron las tesis de Barea y llegaron a RTVE varios documentales donde Roca Barea aparecía como experta en el tema. Por supuesto, lo siguiente fue vilipendiar a Villacañas.
Esto no es nuevo. Al cronista de la época Bartolomé de las Casas ya lo “engulleron” en su día y lo siguen haciendo, y a Eduardo Galeano con Las venas abiertas de América Latina le ocurrió algo parecido. Parece que cuestionar el Imperio hispánico es casi un sacrilegio, al menos en el Estado español. Y claro, no es casualidad: forma parte del relato que construye el nacionalismo español desde el siglo XIX, y sobre todo durante el franquismo.
Más recientemente, en 2022, el catedrático de Historia Moderna de la UAB, Antonio Espino, publicó La invasión de América. En este libro analiza la conquista desde una perspectiva crítica, subrayando su carácter violento y militar, así como el enorme coste humano para las poblaciones indígenas. Espino desmonta las visiones idealizadas del proceso y muestra la conquista como lo que fue: una guerra de dominación.
Se suele argumentar que no hubo genocidio. Sin embargo, en algunas zonas de Sudamérica desapareció entre el 80 y el 90 % de la población. Y no fue solo por las enfermedades traídas por los europeos, sino también por políticas de explotación brutal como las mitas, la minería o la encomienda. Algunos autores hablan de genocidio indirecto o incluso de holocausto poblacional. Pero hay algo que muchas veces se pasa por alto: prácticamente desaparecieron todas las religiones que no fueran la católica. Se destruyeron muchísimas culturas y lenguas, por lo que no es exagerado hablar de genocidio cultural. Se dice que “hicieron diccionarios indígenas”… vamos a ver: destruyeron miles de lenguas. Punto.
Otra cuestión recurrente es si hubo o no colonización. Vamos a aclararlo: el colonialismo se define como un sistema basado en la explotación económica de una metrópoli sobre una colonia. La extracción de plata y oro hacia la península fue un sistema claramente extractivo, lo llamen virreinatos o como quieran llamarlo.
Además, el sistema de castas, derivado de las leyes de pureza de sangre, generó racismo y supremacismo durante siglos.
"En España la conquista de América se ve como un hito histórico, pero en realidad fue una brutal y sangrienta invasión que debería generar vergüenza" (Antonio Espino)
Hablemos ahora de los “héroes”, los conquistadores. Lo primero que hizo Colón fue crear una empresa esclavista. Ahí están los aperreamientos de Núñez de Balboa, las manos cortadas, la quema de caciques adversarios por parte de Pizarro o las masacres de Cortés, como la de Cholula, con entre 2.000 y 6.000 ejecutados. De esto ni Roca Barea ni Insua hablan, pese a que hay numerosas fuentes: interpretes como interpretes, siempre aparecen muerte y destrucción. Un ejemplo claro es la enorme cantidad de violaciones a mujeres que narra el cronista Díaz del Castillo. Por tanto, fue una guerra de invasión, como las que han llevado a cabo todos los imperios. El hispánico no fue distinto, ni mucho menos mejor.
¿Y las Leyes Nuevas que supuestamente protegían al indígena? No funcionaron. Llegó un punto en el que se prohibía esclavizar indígenas salvo que se rebelaran. Hecha la ley, hecha la trampa. Los soldados necesitaban botín, y ese botín eran los esclavos, como ocurrió en la guerra de Chile. Ya te digo yo quienes son rebeldes.
El catedrático de Historia Contemporánea Antonio Piqueras ha estudiado en profundidad la esclavitud y señala que esta se convirtió en un mecanismo económico fundamental del Imperio hispánico. Es decir, fue una pieza clave del sistema colonial. Se estima que entre 1,5 y 1,7 millones de africanos fueron esclavizados por el Imperio hispánico entre 1500 y 1700, la época de los Austrias.
A esto hay que sumar los cerca de 100.000 esclavos que hubo en la península en el mismo periodo, sin contar el 15 % que moría durante el trayecto. Por ejemplo, entre 1651 y 1675 se transportaron medio millón de esclavos: el 15 % son más de 70.000 personas. Sí, el Imperio portugués superó al hispánico en cifras, pero el inglés no, porque empezó más tarde con el negocio esclavista. ¡Oh, Dios mío, España no fue tan sanguinaria!
Respecto a la Inquisición, se dice a menudo que otras inquisiciones fueron peores que la española. Pero el mito de la Inquisición española no surge de la nada, sino de prácticas reales. Estamos hablando de un aparato represivo. Compararla con otras inquisiciones no la exime de responsabilidad. Fue uno de los sistemas represivos más duraderos —unos 350 años— y creó un clima de terror que tuvo efectos profundos y duraderos en la política española hasta tiempos muy recientes. Que uno de los argumentos sea que la inquisición era mejor en sus torturas me parece una broma de mal gusto.
CONCLUSIONES
Los ultranacionalistas españoles sustituyen el argumento histórico por la identidad nacional. No defienden la historia, sino un relato emocional.
Sustituyen la investigación por la comparación interesada, que usan como coartada moral y no como análisis riguroso. Descontextualizan las fuentes y convierten la historia en propaganda. Qu es lo que hace Roca Barea.
Se habla de un Imperio “garantista”, pero ni las leyes coloniales eran justicia ni el derecho imperial eran derechos humanos. Fue un instrumento de dominación, no una garantía.
Las tesis que ensalzan al Imperio no buscan un debate académico, sino ganar una guerra cultural.
Niegan el impacto colonial a largo plazo, como la desigualdad estructural que aún persiste en América Latina (Fontana, Por el bien del Imperio).
Para terminar, hay algo que me llama especialmente la atención: se llega a sugerir que los derechos humanos empiezan a esbozarse en las Leyes Nuevas, dentro de un Imperio esclavista. La contradicción es evidente.
Y acabo con una pregunta: ¿cuántos de vosotros habéis hecho
vuestro árbol genealógico?
(Levanten o no la mano).
Yo lo hice. Desde 1699 hasta la conquista de Jaime I, mi familia
estuvo en Penáguila, Alicante, siendo labradores. No hicimos otra
cosa. Era la gente común.
Entonces, de verdad, ¿tenéis que
defender el Imperio?
¿Vuestros antepasados fueron
emperadores?
¿Alguien les dio parte del botín de América a
vuestros antepasados?
¿Para qué defender el Imperio?



